Bruselas y el Union Saint-Gilloise

El Union Saint-Gilloise acapara todas las portadas deportivas en Bélgica —y poco a poco vamos descubriendo algún que otro reportaje de medios transfronterizos— por el enorme y sorprendente papel que está cuajando en las 16 jornadas disputadas hasta la fecha en la Jupiler Pro League. Y no es para menos. En su vuelta a la categoría de oro del fútbol del país, tras 48 años de ausencia, el conjunto de Bruselas se encuentra, por sorpresa de muchos, en la parte más alta de la clasificación. Club Brugge y Royal Antwerp, dos históricos financieramente fuertes, ven impotentes, desde la segunda y tercera plaza, respectivamente, cómo el 11 veces campeón de Bélgica —el tercer equipo más laureado— les saca una distancia de cuatro puntos.

La semana pasada estuve en Bruselas, una ciudad —a mi parecer— muy bonita en la que el toque clásico de su centro histórico contrasta con la modernidad de las instituciones de la Unión Europea. Una ciudad donde encuentras carteles tanto en francés como en flamenco, aunque la dominante es la primera. Una ciudad de la que no te puedes despedir sin antes haberte comido un buen gofre y haber probado las famosas patatas fritas belgas. Y si además eres amante de la cerveza, tus gustos pueden verse perfectamente satisfechos debido a la cantidad de bares y pubs que puedes encontrar.

En lo deportivo, Bruselas está históricamente gobernada por el Anderlecht, el club con más títulos de Bélgica. El elenco malva no es el hermano mayor de la capital, pero sí el que lo acapara todo. Y eso pese a estar atravesando uno de los peores momentos de su historia y ver cómo el Union está recuperando parte de la fama que tuvo en antaño. Pero el Anderlecht es el Anderlecht y uno se da cuenta de la influencia del 34 veces campeón de Bélgica cuando pasea por las céntricas calles de Bruselas y ve continuamente, en escaparates de tiendas de souvenirs, bufandas del elenco malva. En menor medida también puedes encontrar del Club Brugge y del Standard de Liège. E incluso en algún caso, la del Royal Antwerp. Ni rastro —y eso que entré en muchos establecimientos— de algo relacionado con el Union Saint-Gilloise.

Si uno quiere productos del actual equipo de moda en Bélgica, debe acercase al municipio de Forest, al sudoeste de Bruselas, donde se encuentra el bellísimo Joseph Marien, un estadio construido en 1919 en plena barriada y sobre una de las colinas del parque de Duden. Además, su edificio principal, con su estilo ‘Art Deco’, es patrimonio arquitectónico de la ciudad. En sus cuatro gradas, ninguna igual que la otra, además del francés y del flamenco, se puede escuchar a mucha gente hablando en italiano y en español. «A Saint-Gilles fueron muchos inmigrantes españoles», me comentó un hombre al que pregunté dónde estaba la estación para llegar al estadio. Concretamente, la emigración española se dio durante los años sesenta del siglo pasado para conseguir trabajo en las minas y en el sector de la construcción. En el Joseph Marien vemos ahora a sus hijos y nietos, que en su mayoría son belgas pero que no olvidan sus raíces españolas.

Es viernes por la tarde y día de partido. Me bajo del tranvía en la parada Union. A no más de cinco minutos andando se llega al Joseph Marien. El Union Saint-Gilloise se mide al OH Leuven. Entradas agotadas poco tiempo después de que se pusieran a la venta y un sentimiento de euforia e ilusión alrededor del equipo, que venía de golear (1-7) al KV Oostende. El resultado fue un ambiente espectacular y cálido que opacó las bajas temperaturas y la fastidiosa lluvia que con insistencia cayó durante esa misma tarde-noche. La calle principal se cerró al tránsito y fue ocupada por miles de personas, de todas las edades y nacionalidades, muchas de ellas reunidas desde casi dos horas antes del pitido inicial. La gente cenaba, bebía y charlaba en los distintos bares localizados a lo largo de la calle. Se respiraba un ambiente de fiesta. De fútbol puro. De fútbol de barrio. Jugaba el líder de la Jupiler Pro League.

Ya dentro del estadio, la sensación fue indescriptible. La arquitectura del campo se mezcla con la vegetación del parque de Duden y genera una estampa muy particular, única y fotogénica. En una de las gradas, precisamente en la que me encontraba, no había asientos, sólo barandillas en las que podías apoyarte. Todos estábamos codo con codo. A uno de mis lados se encontraba, justamente, un seguidor uruguayo —insisto en eso de que se escucha a muchos hablar español—, con el que charlé un poco sobre la razón que nos había hecho coincidir en esas frías gradas: el Union Saint-Gilloise.

Bufandas de color azul y amarillo, banderas, cánticos y… cerveza. Mucha cerveza. En un país con tanta tradición alrededor de esa bebida, las belgian pils fueron una constante antes, durante y después de los noventa minutos. Grandes cantidades de vasos apilados uno encima del otro y largas colas para poder acceder a la cerveza —dentro del estadio—. Para no congestionar aún más la hilera de persona, lo que se hacía era asignar a un ‘encargado’ que, en un acto de pura concentración, maña y seguramente fuerza, portaba hasta seis cervezas —tres por mano, aunque probablemente los había que podían con más— que después repartía entre sus amigos. No vi caer ninguna, dicho sea de paso.

En lo deportivo, no fue el mejor partido de los de Felice Mazzu. El OH Leuven consiguió desconectar a los hombres más diferenciales del Union y llevarse la victoria —merecida en mi opinión— del Joseph Marien. Sin embargo, lejos de dramas, descontentos y malas caras, la afición local se volcó con los suyos. Y eso que ver perder al Union Saint-Gilloise en casa es una circunstancia a la que, en la presente temporada, no está acostumbrado el seguidor unioniste: su equipo sólo ha caído en tres de los ocho partidos que ha disputado como local.

Al unísono, una vez se decretó el final del choque, jugadores y afición fueron uno y cerraron una fría noche de fútbol con el cántico que hace único al Union Saint-Gilloise: «Bruxelles, Ma ville, Je t’aime, Je porte ton emblème, Tes couleurs dans mon cœur, Et quand vient le week-end, Au parc Duden, Je chante pour mon club, Allez l’Union, Ohohohohohoooo…«. Un cántico y una fiesta que se trasladaron a los aledaños del estadio porque, por encima de la derrota, les unionistes, que vieron a su equipo vagar por por las categorías más bajas de la jerarquía futbolística belga, tienen, ahora en élite, motivos de sobra para celebrar.

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